FICHA TÉCNICA
*Director: Alicia Scherson
*Guinista: Alicia Sherson
*Año realización: 2009
*Protagonistas: Aline Kuppenheim, Marcelo Alonso, Diego Noguera.
PASAJERA EN TRANCE
Poner un poco de
ropa en la maleta, salir a tomar el bus. Cuando se ha llegado, abrir la
ventana, dejar que los pulmones se renuevan por completo con ese aire que tan
poco tiene que ver con el de todos los días. Porque viajar es una burbuja de
tiempo, una interrupción que funciona como una especie de paréntesis en donde no
existe pasado ni futuro, que obliga a las personas a echar mano a lo único
concreto para poder relacionarse: el presente, lo que son en ese momento. Es
fácil entonces omitir episodios oscuros de ese tiempo que se arrastra como una
mochila ingrata, quitando algunos episodios o simplemente, creando una identidad falsa.
Claudia ha salido de vacaciones
con su esposo. Llevan una moto de agua y hablan algo con respecto a unas cabañas
a las que se dirigen. Todo indica bienestar y estabilidad. Pero de pronto hay
una discusión y ella se encuentra inesperadamente sola, en mitad de la carretera.
Confundida, le deja llamadas perdidas más por inercia que por otra cosa. Resignada,
llega a un restorán de carretera pide una silvestre paila de huevos y
mientras rompe con el pan en la seductora yema, se fija en el joven de aspecto
claramente extranjero que come a su lado acompañado de un camionero.
Sin darse cuenta ha cambiado sus
planes. Ahora está buscando un lugar para instalar su carpa acompañada del
joven noruego Ulrik, en el parque nacional de las 7 tazas. La misma Claudia que
veíamos agobiada, muerta de lata y con cara de qué se le va a hacer, parece
ahora encontrase con una parte de ella que parecía muerta. De la mano del
antiguo cantante de éxito de un single que por esas cosas de la vida ahora es
guarda parque, camina al amparo de la naturaleza y los ruidos silvestres,
tratando de identificar los ruidos de los pájaros. (Después de
ver como su mujer se va para no volver, nada como refugiarse en el
anonimato que permite el viaje; perderse en algún pueblo lejano.)
Y es
que todos en menor o mayor medida, somos turistas. Por más que no se salga del
lugar y los días se sucedan en la tranquilidad de la planicie. A la vuelta de
la esquina, el otro y lo desconocido están al acecho para que el suelo que
creemos tan seguro se tambalee bajo nuestros pies y nos sintamos un poco turistas. Que es lo que siente el
espectador cuando acompaña a Claudia y al rucio Ulrik al caminar por las calles
del pueblo. El retrato que la cámara va haciendo de este mundo no es desde el clásico paternalismo citadino al que ya
estamos tan acostumbrados, en donde quien mira lo hace más que nada en busca de
elementos pintorescos, cuando no desde una no poco evidente burla. Scherson demuestra un interés por
conocer esa otra realidad, diferente, a la que no une nada más aparte que
su interés por conocer y entender otro mundo; mirar desde otro ángulo. Y esto sucede porque la película tiene voluntad dialógica; escuchar al otro y tratar de entenderlo. Un diálogo en el que las distintas voces se entremezclan. Como salir a la calle.
Pero indudablemente, por más que
se camine de forma receptiva, atento a la irrupción de lo desconocido y
misterioso, llega un momento en que la persona se acuesta y dice, soy este. El
peso de lo real. Que para algunos no representa mayor molestia, pero otros lo
viven como una tortura. Estás ahí con lo que es, con las cosas como son, no con
como quieres que sean. Un yunque.
La piedra enorme que aplastaba infinitamente
al Coyote.
En un lugar donde nadie sabe nada
de uno, es posible nacer de nuevo. Como el caso de Miguel, que se tiñe con
Blondor y llega a la pantalla convertido en el sueco Ulrik. Pero más allá de ser descubierto por Claudia
mediante una estrategia bastante lógica -revisar los documentos de su compañero
de carpa mientras duerme-, el pasado no se puede evadir eternamente. Aun si no
se supiera nada de él y pudiera ser todo el tiempo el sueco con ganas de ser homosexual que pretende ser;
inevitablemente se encontraría en algún momento con la planicie de la
normalidad. Como el polvo disuelto en el aire de los fuegos artificiales, la
sorpresa y fascinación del viajero por lo nuevo terminan agotarse. La novedad pasa a ser parte del escenario habitual. Y es entonces cuando la vocecita que
dice, sí, yo soy este, aparece nuevamente. El yunque que aplasta otra vez.
No se puede arrancar de uno
mismo.
O a lo mejor sí.
(Que ganas de partir como un nn cualquiera
con sed de carretera y aventura. Esto, claro, léase matizado; me encuentro
cómodamente bajo techo en un lugar que conozco bien. Pero ya partiré.)